24 noviembre, 2006

Incomprensión humana



Si alguien me dijera que lo largo de su vida nunca ha tenido alguna incomprensión humana, alguna mala interpretación, no me lo creería. Por mi parte como yo las he padecido y sufrido, se me ocurrió escribir lo siguiente como un grito que salía dentro de mi
INCOMPRENSIÓN HUMANA


Es este un tema que, perennemente, me ha preocupado en gran manera; un problema que he meditado mucho, siempre de palpitante actualidad. Creo que las desavenencias humanas, sean las que sean, podrían solventarse si, entre nosotros, cundiera el diálogo, la comprensión sincera y el ponerse en el lugar del otro, sin egoísmos y muros de separación, que tanto nos gusta instalar para defender nuestro yo que a la larga, sólo se logra su propia destrucción. Si de verdad queremos vivir en toda su plenitud la vida y, al mismo tiempo, disfrutar de una relativa felicidad, solo hay un camino: olvidarnos de nuestro arraigado “yo” para ponerlo al servicio del “otro”, que suele estar cerca y maldito el caso que le hacemos.
Para comprender al prójimo y entender su problemática no sólo es imprescindible olvidarse del “yo”, sino hacer un esfuerzo mental y humano de acercamiento, escucharle e interpretar el grito de dolor que lleva dentro. Por desgracia, no son demasiadas las personas que están dispuestas a hacer esta labor, por lo tanto
ya no me sorprende verlas por la vida como “Cadáveres vivientes”, sin saber qué hacer ni adónde ir, desparramando por doquier células cancerosas cuales si fueran cucarachitas....”Yo, yo, yo”
Hace muchos años en Televisión Española hicieron una pregunta a Atahualpa Yupandi sobre el amor, la amistad, la comprensión.
Y su respuesta fue..
“Meterme en la piel del otro, conservando la mía”

04 noviembre, 2006

COPPELIA


Estaba escuchando, en un atardecer de septiembre, el ballet del “Lago de los Cisnes”, cuando una mujer, alta y elegante, entró en mi cuarto. Tras los consabidos saludos y una corta conversación, decidimos seguir oyendo las vicisitudes de los cisnes. La mujer no titubeó sentarse en el suelo, apoyando la espalda en la cama, cerró los ojos y encogió las piernas mientras lucía unas zapatillas de cordones, como si fueran de bailarina. Mientras la música seguía sonando contemplaba a aquel bello ser que, instintivamente, tuve la sensación de que era la muñeca Coppelia la que tenía en el suelo sentada.


COPPELIA

-Mírala, poeta, como navega a través del Danubio Azul camino de las Sílfides.
-¡Es verdad –exclamé exaltado! -Allí va Coppelia, la muñeca hecha milagro.
-Toma el barco y síguela.
¿Es posible encontrar la esperanza hecha realidad?
Yo no soy poeta, sólo un hombre que sabe lo que es la vida. Y como hombre te digo: síguela o la perderás.
Busqué el barco, y no lo hallé. Había partido hacia no sé que lugar y, una vez mas, quedé en tierra. Pero esta vez no podía resígname. Marché en busca de Cascanueces.
-Amigo, voy tras Coppelia, préstame “La “Fantástica”
-No puedo, mi padre Tchaikowski se la ha llevado.
-¿y qué puedo hacer –exclamé desolado- la voy a perder.
-Escríbela y las olas del Danubio llevaran la carta a su destino. No te preocupes, ellas van más deprisa que el barco donde navega.
Con toda la impaciencia que pueda albergar el alma escribí un poema y le puse un vals en él. Corrí hacía la orilla del río y eché la carta con un beso dentro. Empezó a alejarse y pronto no la pude distinguir.
Esperé no sé cuánto tiempo, mis cabellos empezaban a blanquear, mi cuerpo a envejecer, mi espíritu a desesperanzarse, cuando un día, mientras paseaba por un frondoso vergel, tropecé con un cardo y me herí. Lloré con la desilusión de un niño que hubiera perdido su juguete preferido. Cuando las lágrimas se secaron miré al alrededor y descubrí un trébol que, solitario, se hallaba cerca de un serpenteante riachuelo. Fui hacía él y. tras contemplarlo, con suma delicadeza, lo arranqué. Conté sus hojas: Una, dos, tres y…cuatro
Regresé a casa con la cuarta hoja hecha un beso
Cuenta la leyenda que allá arriba está Coppelia bailando un vals.